Dicen que está así porque un día vió un demonio, y que desde entonces casi no habla, y pocas veces sonrie, solamente esa clase de risa propia de los locos y los borrachos, rancia y extraña. Pocos saben que su esposa y sus dos hijas, encontraron también a ese mismo demonio en una curva de la carretera, y que viene a visitarle cada día desde el accidente, y que unos días huele a ginebra y otros a vino barato, y que su vida, en un día bueno, es lo más parecido a veinte kilos de mierda en un saco de diez kilos.
A veces se le ve deambular solo por la calle , con su abrigo de color indefinido y sus bolsas de Carrefour donde lleva toda su vida a cuestas. Con la mirada perdida, observa quien sabe qué acontecimientos transcurren delante de sus ojos, o más bién, dentro de su cabeza.
Otras veces le gusta ir al centro comercial y pasea por los pasillos interminables hasta que algún comerciante avisa a los municipales para que le saquen de allí. No es bueno para el negocio.
Cuando los niños pasan a su lado, él les mira, y parece aflorar a sus ojos el recuerdo, la pena, la maldición… No añora una vida mejor,ni siquiera la recuerda. Tantos son los días sin fondo que le han tocado vivir que ya forman parte de su desolación.
Hace unos días le vi correr bajo la lluvia, con la cara desencajada. Iba por el centro de la calzada, descalzo, empapado, gritando no se sabe que estribillo, solo comprensible por los que sufren su misma dolencia. Creo que corría en busca de una curva negra como su alma, en la que un día alguien se llevó lo único que tenía.
Y lo demás es historia. No le he vuelto a ver desde entonces. Supongo que debe estar buscando la forma de pagar en los días que le quedan por las vidas que extravió. Espero que lo consiga.